En la guía se ve cómo está esta cascada en el Tirol austríaco cuando el frío es el suficiente en un enero cualquiera. No en éste. Como se ve, ni agua hay en la pared, que debería haber estado cubierta de placas y columnas de hielo. ¡Y mientras tanto, en Norteamérica, se congelaron las cataratas del Niagara!
Pero ya estábamos ahí, en Achenkirch, con estadía de 5 días comprometida, y no íbamos a dejar de aprovecharla.
Así que hicimos la breve ascensión a los algo más de 2000m de Seebergspitze, por la ruta que va por la carena de la montaña. Achenkirch está a unos 900m. El paseíto nos llevó 9 horas y media.
Lo más duro fue el final de la carena, con nieve blanda y profunda. Y lo peor el descenso, porque en todos lados la nieve no parecía ceder menos de 30 cm cada vez que la pisábamos. Agotados, decidimos que para descansar al día siguiente iríamos a…
… Sí, esquiar. Por supuesto, una actividad relativamente relajada para los esquiadores expertos. Pero esta era la segunda vez en mi vida sobre esquíes (sin contar una a los 18 años) y los novatos sí que nos cansamos. Aunque mucho menos que el año pasado, debo reconocer. Así que vi algo de progreso, aunque no pasé todo el tiempo de pie sobre los esquíes, admito.
Gracias al “descanso” de ese día, ya estábamos con más fuerza (!?) cómo para otra ascensión.
Así que nos calzamos las raquetas de nieve, que casi ninguno habíamos usado, e hicimos la ida y vuelta al Hochplatte, a unos 1600m, en unas 6 horas.
Esta vez, con las raquetas, la nieve profunda fue superada con más facilidad, aunque no sin esfuerzo.
Las vistas bien lo valieron.
Y el descanso fue merecido.
Al igual que la abundante comida tirolesa que nos proveyó de energía todos los días. ¡Probablemente más que la necesaria!
PD: El Tirol es, efectivamente, una postal.
¡¡Bonito viaje!! Me han quedado ganas de probar las raquetas.