Hace un par de días el NYT sacó un artículo (al que apunté desde el blog) en el que comentaba una tendencia creciente en Estados Unidos: los consumidores cambian -o planean cambiar- menos seguido sus gadgets.
Probablemente otro síntoma de la recesión. Pero tal vez uno de madurez. Bueno, eso me gustaría pensar, porque me quedé pensando que yo ya era así. A pesar de que me gusta estar al tanto de lo que pasa en el mundo de la tecnología y seguir las novedades en productos, servicios, etc, eso no significa que vaya corriendo detrás de la novedad a gastarme la plata. De hecho, caí en la cuenta de algo: en los últimos 10 años, más o menos, sólo he tenido 3 teléfonos celulares. Primero un Samsung; lo cambié cuando la tapita (era de los que se abrian) colgaba de un cablecito del cuerpo del celu. Depués un Nokia, que es indestructible y sigue guardado en un cajón. A ese lo cambié porque estaba viejito y porque la batería empezaba a flaquear. Pero sobre todo, porque quería pasarme a los teléfonos inteligentes, así que seguí los pasos de @davidcuen, a quien había visto con un G1 -el primer teléfono basado en Android-, y me compré uno. Y ese es el que tengo (por supuesto, cuando era nuevo la batería ya duraba lo mismo que la del Nokia al final de sus días, o menos; y la tuve que cambiar una vez porque la que vino original murió antes del año y medio de uso). Igual, conozco a alguien que me gana con comodidad: todavía no ha comprado su primer teléfono celular. Dice que no lo necesita. Y es una persona que tiene menos de 35 años y va de acá para allá todo el tiempo, entre trabajo, vida social y actividades extracurriculares. Y ahí va, sin celular. Y no pasa nada. Yo no puedo -ni quiero- llegar a tanto. Pero no veo por qué actualizarme más seguido, la verdad.